El viaje

El viaje

Cuando decidimos viajar, tomar algunas maletas y meter ahí uno que otro recuerdo, sentimos que una parte de nosotros, una milésima parte se va quedando en el lugar donde partimos, ahí, en ese sitio, en este instante empieza la odisea, la eterna pregunta de lo que será después, de lo que representará el viaje y de qué forma permanecerá en nuestras vidas.

Quizá el viajero, antes de emprender su trayecto no piensa mucho en estas cosas, todo esto viene a su mente cuando a través del vidrio empañado de cualquier aeropuerto su familia se despide con lágrimas en los ojos y sus amigos agitan el puño  victoriosos, mirando como el viajero se desplaza lento pero seguro a la sala de embarque, donde al subir al avión todos los recuerdos quedan latentes, navegando por ahí, impregnando a los demás viajeros, algunos acostumbrados, otros a las despedidas, otros al encuentro (esto, sin saber quizá, que el retorno es una de las partes más difíciles del viaje).

Por un momento pienso en la migración de mariposas, en las travesías gitanas, en los tranvías, en el ferrocarril, en el avión, en la brújula, en el camino, en el exilio, en el no retorno, en la huida, en el equipaje, en el barco que se pierde en la inmensidad del mar y a veces termina devorado, en la selva, en la carretera infinita, en las ballenas yubartas, en travesías por el Rio Magdalena, en fin, en el desplazamiento, en el trasladarse a otro lugar, otro sitio inexplorado, al según la RAE: Traslado que se hace de una parte por aire, mar o tierra, o : Ida a cualquier parte, aunque no sea jornada, especialmente cuando se lleva una carga.

A lo mejor por eso viajamos, porque llevamos cargas, y en medio del viaje queremos deshacernos de ellas, dejarlas a un lado, tirarlas al mar, esconderlas en la selva, dejar que se enreden en los motores de la nave, siempre buscando maneras de dejar eso atrás y comenzar en otro lugar, donde nadie nos conoce, donde todos son extraños y podemos, libremente, empezar desde cero.

Creo que el viajar encierra diversos códigos, el exilio auto-impuesto, el desarraigo, el estar alejados de lo que amamos y extrañamos, como si la memoria fuera ese libro añejo que por un momento se cierra y cuando nos alejamos se va abriendo, las páginas pasan, una tras otra, como aves, aves que siguen ese curso que a veces olvidamos.

Thomas Mann, en la montaña mágica, definiría el viaje de la siguiente manera:

“- Dos jornadas de viaje alejan al hombre- y con mucha más razón al joven cuyas débiles raíces no han profundizado aún en la existencia- de su universo cotidiano, de todo lo que él consideraba sus deberes, intereses, preocupaciones y esperanzas; le alejan infinitamente más de lo que pudo imaginar en el coche que le conducía a la estación. El espacio que, girando y huyendo, se interpone entre él y su punto de procedencia, desarrolla fuerzas que se cree reservadas al tiempo. Hora tras hora, el espacio determina transformaciones interiores muy semejantes a las que provoca el tiempo, pero de manera alguna las supera. Igual que éste, crea el olvido; pero lo hace desprendiendo a la persona humana de sus contingencias para transportarla a un estado de libertad inicial; incluso del pedante y el burgués hace, de un solo golpe, una especie de vagabundo. El tiempo, según se dice, es el Leteo. Pero el aire de las lejanías es un brebaje semejante, y si su efecto es menos radical, es en cambio mucho más rápido.”

El espacio gira a través del vidrio del avión, la lejanía recuerda el olor de la ausencia, el silencio del viajero se concentra en sus recuerdos, en lo que dejó y en lo que viene más adelante, la carga quizá que lleva de un lugar a otro se vuelve ligera con el paso del tiempo, ya no hay equipaje, el viajero se enfrenta a sus miedos, a la soledad, ya no hay nadie conocido, está ahí, sentado, solo mirando como el mundo sigue girando afuera.

Del soñar y del ser soñados

Del soñar y del ser soñados

La literatura y el sueño

“No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.”

Federico García Lorca- Ciudad sin sueño

La literatura a veces se presenta como un acto de supervivencia, el escribir refleja lo que somos, escribimos para exorcizar viejos recuerdos, para alimentar las cenizas del pasado, para recrear futuros inciertos. El acto de crear situaciones (en poesía, cuento o novela) nos permite ser en otros planos, nos permite ampliar las dimensiones de la vida que de cuando en cuando se presenta rígida, estructurada, determinada.

La palabra es esa facultad inherente al hombre que permite crear, erigir, evocar, persuadir. A través de la palabra creamos universos posibles: es el lenguaje y la palabra lo que nos permite escapar del aislamiento, lo que nos permite entablar canales de entendimiento con los otros, la palabra nos sumerge en sueños diversos, sin esta no podríamos expresar lo más recóndito de nuestro ser, describir o al menos intentar escribir acerca de lo que vemos, de lo que nos rodea, de lo que nos configura como seres dentro de una sociedad determinada.

La literatura, la palabra, el lenguaje y sus formas están íntimamente relacionados con la imaginación. Es esta la herramienta que permite ampliar el panorama de lo que se sueña, es decir, gracias a la imaginación ampliamos el espectro de lo que soñamos, la imaginación permite crear, y es precisamente, a partir de esa creación donde el ser puede existir, puede permitirse erigir, a partir de esas herramientas de la imaginación, otros mundos diferentes, donde todo puede ser, donde no hay reglas, no hay rigidez, no hay situaciones estructuradas, todo simplemente se da bajo la libertad que permite el lenguaje.

Octavio Paz, en cuanto al lenguaje dirá:

“Nadie puede substraerse a la creencia en el poder mágico de las palabras. Ni siquiera aquellos que de desconfían de ellas. La reserva ante el lenguaje es una actitud intelectual. Sólo en ciertos momentos medimos y pesamos las palabras; pasado ese instante, les devolvemos su crédito. La confianza ante el lenguaje es la actitud espontánea y original del hombre; las cosas son su nombre. La fe en el poder de las palabras es una reminiscencia de nuestras creencias más antiguas: la naturaleza está animada; cada objeto posee una vida propia; las palabras, que son los dobles mundo objetivo, también están animadas. El lenguaje, como el universo, es un mundo de llamadas y respuestas; flujo y reflujo, unión y separación, inspiración y espiración. Unas palabras se atraen, otras se repelen y todas se corresponden. El habla es un conjunto de seres vivos, movidos por ritmos semejantes a los que rigen a los astros y las plantas”

La vida se abre ante los ojos de los espectadores como una novela interminable, como un poema sin fin, como el cuento inacabado. Somos nosotros los que a través de la creación del lenguaje y la imaginación convertimos la literatura en parte vital de nuestra cotidianidad, somos nosotros los que nos encargamos de llevar las palabras hasta el punto mágico donde confluyen los sentidos y se alcanza la plenitud literaria.

A través de la literatura conocemos otros mundos, el autor expone su visión acerca de lo que lo rodea y lo comparte con el lector, la visión de mundo se reduce a participar en las historias que se cuentan, a fragmentar trozos de realidad, a ser ficción dentro del paradigma de la estructura determinada. Todos podemos ser partícipes de la literatura si permitimos ver más allá de lo establecido, si vemos lo invisible, si nos percatamos de lo inexistente, el gran escritor es el que a través del lenguaje logra despertar los sentidos más íntimos del lector, el que logra provocar, suscitar, despertar emociones insospechadas, el lector, finalmente hace parte de la historia que escribe, así lo prefiere, y de esa manera puede lograr un acercamiento mucho más enriquecedor con el que lo lee.

El escribir hace parte del sueño lúcido, alude al estado de euforia, al acercamiento a la palabra. Al convertirnos en autores, en creadores de palabras construimos conjuros, elaboramos situaciones, historias, sentidos que alimentan la experiencia creadora del quehacer literario, el escribir hace parte del sueño y los autores siempre permanecen en un estado indefinido, soñando con lo intangible, con lo abstracto, con lo que les permite expandir su imaginación, romper con paradigmas, crear nuevas maneras de ver y percibir lo que los rodea, hay que entender la vida desde otra perspectiva para empezar a vivirla realmente, a sentirla.

Para el escritor, las letras representan un estado de sueño, la literatura, desde mi perspectiva, se encuentra íntimamente relacionada con lo onírico, con la experiencia del sueño, del ver o sentir que hacemos parte del sueño de otros, que estamos constituidos por lo que soñamos, por las palabras que hacen parte de ese estado de euforia que desencadena el acto literario. El mundo se encuentra en constante creación, este se erige a partir de la palabra, somos seres que sueñan dentro de un mundo rígido, las palabras se bifurcan y abren nuevas maneras de percibir el universo, la literatura nos permite ser, nos permite soñar, nos permite lograr que los otros sueñen a través de nuestra palabra escrita.

La curiosidad, la duda, la imaginación, la constante creación, la experiencia onírica, el estado de euforia, todas estas palabras se encuentran íntimamente ligadas a la experiencia literaria. Las letras permiten plasmar lo que no es visible para los demás, las letras permiten desentrañar viejos recuerdos, abrir heridas, cerrar otras, la literatura permite el continuo soñar despiertos, la confrontación de almas, los recuerdos emocionales. Las palabras vivas permiten la expresión de nuestros miedos, angustias, incertidumbres y felicidades, la literatura es cómplice de todo lo anterior, sin esta el sueño no podría ser posible.

Es entonces, a través de la palabra cuando construimos los canales que permiten la creación de otros mundos. Mi mundo está hecho de palabras, escribo para sanar, escribo para comunicar mis miedos o angustias, la literatura es un rio de ideas inagotable que no sería posible sin el sueño. El escritor permanece en un estado de sueño constante, y gracias a este sus posibles lectores llegan, en algún momento a sentirse soñados por el autor que alguna vez leyeron, a ser parte de esas novelas interminables, de esos poemas inconclusos, de esos cuentos agotados.

¿Qué es poesía? ¿Qué es el ejercicio poético?

A partir del ensayo de Rosario Ferré : «La cocina de la escritura»Escribí un nuevo texto hablando sobre mi experiencia con la literatura, especialmente con la poesía.  A continuación mi ensayo:

¿Qué es poesía? ¿Qué es el ejercicio poético?

“…ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.”

Arte poética, Jorge Luis Borges

Escribir poesía, es quizá uno de los momentos sublimes en los cuales se sumerge el poeta y libera sus demonios internos, es la acción que supone el revivir constante, el debate interno entre la vida y la muerte, el amor y el desamor, impregnado de palabras que van y vienen como arroyos incansables, como palabras eternas que se mezclan con lagrimas o sonrisas diversas.

La poesía es entonces forma, espacio, recuerdo incansable, juego de palabras, como diría Prócoro Hernández  alguna vez: Por medio de la poesía podemos hacer hablar las flores y voltear el cielo de cabeza, cambiar la tarde de lugar. Es un buen recurso para transgredir la monotonía y curar el insomnio”. Es la poesía entonces remedio para la infelicidad, es la mejor manera de acercarse un poco al cielo, de vivir el infierno, de sentir las noches y los días como el latir constante de la existencia misma.

Indagando un poco en el texto “sobre poéticas y poesía” las citas de Octavio Paz en cuanto al sentir poético y la poesía, abrieron nuevos caminos y formas de ver el universo poético: “el poeta no tiene más remedio que servirse de las palabras- cada una con un significado semejante para todos-y con ellas crear un nuevo lenguaje. Sus palabras sin dejar de ser lenguaje-esto es: comunicación-son también otra cosa: poesía, algo nunca dicho, algo que es lenguaje y que lo niega y va más allá”. Es entonces labor del poeta crear un nuevo lenguaje, inventar nuevos significados, trazar caminos que se encuentran al azar y al final plasmar imágenes mediante versos, sentimientos.

La poesía es testimonio constante de entrega, de amor, de infelicidad, de retratar momentos de la vida que sólo se logran a través de las palabras, como imaginar una mariposa sonriendo o las hojas cayendo lentamente en otoño, es ejercicio poético el plasmar instantes de la vida del poeta en constantes juegos de la imagen y la palabra.

El poema, es tal como lo diría Paz: “El poema seguirá siendo uno de los pocos recursos del hombre para ir, más allá de sí mismo, a lo que es profunda y originalmente”. El poema supera al poeta a su máxima expresión, lo transporta a otro espacio, a otro tiempo, el poema va más allá del creador, rompiendo límites y paradigmas, se establece como momento sublime y liberador.

La poesía entonces despierta silencios, reclama minutos, instantes, plasma sonidos, angustias, recuerdos, ausencias, soledades. El quehacer poético se conjuga bajo la luz espectral de la luna, bajo el brillo del sol incandescente, el poeta tritura las palabras y las vuelve momento de goce, de plenitud, de cicatriz abierta dispuesta a cerrarse por medio de las letras, el poeta comparte sus demonios y los libera creando atmósferas, libera sus miedos, sus terrores, sus fracasos y vivencias a través de la palabra siempre presta a la pluma, a retratar situaciones a través del poeta y su iluminación casi divina.

El poema es según Paz, el único recurso del hombre, es la manera de escapar quizá de los horrores del universo, la poesía es la herramienta precisa para darle belleza al cosmos a través de metáforas, incluso, de revelar los horrores intentando dar giros e imágenes, sacarnos del caos y sumergirnos en la angustia del poeta o en la felicidad del mismo. El poeta ser cambiante, etéreo, que toma la palabra y la convierte en carne, en elemento primordial, en latido del alma, en espejos y en ausencias.

Mi experiencia con la poesía se ve iluminada por las definiciones de Paz, el poeta se sirve de las palabras, las toma y las moldea, las convierte en mariposas, en nuevos lenguajes y maneras de percibir el círculo eterno de la vida acompañada de sus angustias y miedos. El poeta utiliza (Intento escribir, liberar mis demonios, expresar nuevos lenguajes) sus sentimientos y los transforma en profundos versos, por medio de la poesía se burla del universo, lo hace suyo, todo le pertenece y todo le huye, la constante contradicción.

Paz, dirá sobre la poesía:

“…Golpean mi pecho tus fantasmas,

Despiertas a mi tacto

Hielas mi frente

Abres mis ojos

Percibo el mundo y te toco

Sustancia intocable,

Unidad de mi alma y de mi cuerpo,

Y contemplo el combate que combato

Y mis bodas de tierra…”

También dirá:

“…La poesía se desliza entre el sí y el no:

Dice lo que callo,

Calla lo que digo

Sueña lo que olvido.

No es un decir:

Es un hacer.

Es un hacer,

Que es un decir…”

La poesía es entonces, en medio del quehacer poético la sustancia, la materia que el poeta transforma y la hace suya, hablando por él, superando la máxima expresión de belleza, unidad entre alma y cuerpo, unidad indivisible y eterna.

Es la poesía, en mi experiencia literaria una ventana al universo. Por medio de ella puedo transformar otros mundos, cambiar el mío, sumergirme en otros, hablar de personas ausentes, inexistentes, al ser amado o desamado, hablar de la lluvia, de lo que nace y muere dentro de mí. Es la poesía una de las mejores herramientas para no sentirse tan solo, es lo que erige y destruye a la vez, es fuera redentora, maremágnum de ideas inagotables, ríos eternos de ideas, la poesía es arma contra el cansancio, contra el tedio y la angustia, canalizadora de verdades, máscara de mentiras, ensueño de metáforas.

Así podría seguir, contando mi breve experiencia con la poesía y con lo que representa en mi vida y en el quehacer literario: escribo para vivir, escribo para pintar el universo de un color distinto, escribo para ver otros matices dentro de lo existente, escribo para ser, para renacer y a la vez para exorcizar viejos demonios, escribo para curar viejas heridas, para abrir otras, así como lo diría Millás alguna vez.